El bullying o acoso escolar, como prefieren llamarlo algunos psicoanalistas, es en principio una de las maneras en que se manifiesta la violencia. Es importante señalar desde el comienzo de qué fenómeno hace parte el bullying, pues debido a las características de nuestra época la violencia hoy en día ha tomado, digamos, unos matices que han favorecido el incremento de algunas de las formas en que se manifiesta.
Es justamente el caso del acoso escolar, el cual parece haberse incrementado en comparación con décadas pasadas, basta conversar con los jóvenes que llegan al consultorio para toparse con el hecho de que la gran mayoría de ellos o ha sido víctima de acoso o ha sido victimario o ha sido testigo.
Este incremento del acoso escolar no es casualidad, viene acompañado de la fragilidad que presentan hoy en día los lazos sociales en diversos escenarios de la vida. En el ámbito de las relaciones amorosas tenemos, por ejemplo, un aumento de divorcios luego de poco tiempo de que la pareja haya contraído matrimonio; en personas más jóvenes tenemos relaciones más fugaces aún, por no mencionar la abundancia de los encuentros que no llegan a ser siquiera una relación.
Señalo esto sin ningún afán moralizador, sino simplemente porque son indicadores que dan cuenta de la precariedad de los lazos sociales que caracterizan nuestro tiempo.
Todo este contexto social hace el terreno perfecto para que brote la violencia en distintos ámbitos de la vida y la escuela es por supuesto uno de ellos.
El acoso escolar se caracteriza por presentarse bajo la forma de un hostigamiento constante a una determinada persona, dicho hostigamiento no tiene que implicar necesariamente la agresión física, pues el efecto que busca el acosador no es causar un daño corporal sino –y aunque sea duro decir esto de personas tan jóvenes- la humillación.
Cuando uno trabaja en el consultorio con muchachos que han sufrido acoso escolar lo que encuentra es una profunda humillación producto de que la persona se ha identificado con esa posición de sujeto degradado. O para decirlo en términos más simples: en el fondo se ha convencido de que le corresponde ese lugar que le han dado los acosadores, lo cual le produce una profunda humillación.
Ahora, lo principal en el acoso escolar, lo fundamental, es captar lo siguiente: lo que ataca el acoso, lo que violenta el acoso es la particularidad de las personas. Aquello a lo que se dirige el hostigamiento siempre será a algún “defecto” físico (llevar anteojos, ser muy alto o muy chato, por ejemplo), cierto estilo particular de vestir (tener desparpajo al vestir, digamos), cierto rasgo singular de la personalidad (ser tímido, tal vez).Esto sólo por poner unos ejemplos. El asunto es que lo que se busca aplastar es eso que es diferente al estándar, lo que se rechaza es lo heterogéneo, lo raro, lo friki.
Sería absurdo encontrar una burla que tenga la forma “te vistes igual que nosotros, eres un tonto”, no tiene sentido pues se agredirían a sí mismos.
Estamos entonces frente al culto de lo homogéneo, de lo que hace el conjunto. Decirlo es muy importante pues es necesario introducir en las personas desde niños la idea de que en el fondo cada uno de nosotros es diferente al otro, que aunque en un nivel -que siempre es más o menos superficial- podemos parecernos y hacer grupos, en realidad cada uno de nosotros es singular.
El bullying tiene lugar bajo la premisa de “todos debemos ser iguales” y si bien es cierto en un punto todos somos iguales en tanto seres humanos con derechos y con deberes, en otro punto, todos somos diferentes en tanto portadores de una subjetividad. Mi personalidad, mis gustos, mi físico, todo ello hace mi subjetivad y es justamente lo que me diferencia del resto de la gente y es justamente eso también lo que no se soporta en el bullying. Es por eso que el bullying es en realidad el acoso de las subjetividades.
Criar a un hijo en el respeto de las singularidades no es sencillo, supone primero alentarlo a que sea él mismo, implica entender la labor paterna como un instrumento que el hijo usa para encontrar su propio deseo. Es ese respeto a la singularidad del hijo el que le dará a los padres la autoridad necesaria para enseñarle la injusticia de todo tipo de segregación.
lerner y gagliuffi
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