En la práctica de la psicoterapia con niños día a día nos confrontamos con la constante presencia de la ausencia, seguramente se preguntarán que queremos decir con esta frase en apariencia contradictoria, pues nos referimos a que muchas veces la situación más presente en los hogares de hoy es la ausencia de padres y madres por razones muy diversas, siendo el trabajo y la dedicación al mismo la razón mencionada de manera más recurrente por los adultos que llegan a consulta, preocupados por el bienestar emocional de sus hijos(as). Esta situación, que podría pensarse como más usual en los sectores económicamente menos favorecidos, parece repetirse en los diversos estratos sociales, mostrándonos así una característica de nuestra actualidad: los padres y las madres cada vez tenemos menos tiempo para la vida familiar en casa. En algunos casos dicha ausencia es suplida por los padres a través de la contratación de una cuidadora, persona que en el mejor de los casos ayudará a que la ausencia parental sea mucha más llevadera. Sin embargo, existe otra estrategia importante que algunos padres consideran como particularmente esperanzadora para ayudar a sus hijos(as) a superar la soledad cotidiana: conseguirles un compañero de cuatro patas, dos alas, o algunas aletas, en resumen traer una mascota a casa. Es así como muchos padres nos preguntan en el consultorio si comprarle una mascota a sus hijos será acaso una buena decisión “para que tenga un compañero en casa” o “para que aprenda a tener una responsabilidad”, esto último a través de los cuidados que idealmente debería el niño o niña brindarle al nuevo integrante de la familia. A este respecto debemos decir que múltiples investigaciones refieren la existencia de diversos beneficios para los niños que se relacionan con las mascotas, como por ejemplo las de Levinson, pionero en el estudio de la importancia de esta relación para el desarrollo infantil, quien sugirió que las mascotas en su rol de compañeros, confidentes, y objetos de admiración pueden proveer experiencias de aprendizaje, facilitar la adaptación a un trauma, regular problemas emocionales, y mejorar el desarrollo psicosocial; o las de Byant quien sostuvo que los niños perciben varios efectos beneficiosos de la relación con sus mascotas, tales como un incremento en la confianza en sí mismos y en los otros, sentimientos especialmente importantes para ellos en tanto, en su desarrollo hacia la adultez, deben dominar las tareas relacionadas con el desarrollo cognitivo, social y emocional; o las investigaciones de Walsh quien refiere que las mascotas también ayudan a preparar a los niños para experiencias de vida más tardías, desde el embarazo, el nacimiento y la crianza de los hijos hasta la enfermedad y la muerte de un ser querido, por mencionar algunas afirmaciones basadas en solo algunas delas investigaciones que se han llevado y se siguen llevando a cabo. Ahora bien, más allá de la ciencia es quizá lo que en el día a día se vive en el intercambio con las mascotas lo que nos lleva a las personas a pensar, sin investigación de por medio, que existe un efecto positivo producto de esta relación, ese efecto positivo aludiría precisamente al vínculo “único” que Freud describió al hablar de las relaciones con las mascotas, vínculo del que enfatizó la posibilidad que brinda a las personas de sentir “una afinidad íntima”, “un afecto sin ambivalencias” y “una solidaridad indiscutible” esto a pesar de las evidentes diferencias entre especies. Curiosamente, Freud también notó que son los niños quienes menos diferencias establecen entre sí mismos y las mascotas, percibiéndose como iguales a ellas, de allí que por ejemplo no duden en “¿gatear?” junto a ellos en cuatro patas o en compartir la misma cama, muy a pesar de la preocupación de los padres por temas de higiene y/o salud, pues para los niños esto no parece ser lo más importante, como sí lo es para ellos el mantener esta relación, de donde se entiende que surja una ansiedad sumamente intensa ante una eventual pérdida de la mascota, sea momentánea o permanente en el caso de la muerte de la misma.
Dicho lo previo evidentemente hemos marcado una posición respecto a la promoción del vínculo niño(a)-mascota en tanto consideramos que es beneficioso para el desarrollo emocional de los primeros, sin embargo no podemos perder de vista algo que es fundamental esto es que incluso en los casos en que existe un vínculo significativo entre los niños y sus mascotas, éstas no sustituyen, ni llegan a aliviar del todo, el sufrimiento por sentirse en algunos casos dejados de lado o solos, ante la ausencia física y en ocasiones emocional de padres, madres y otros familiares cercanos. Por tanto, consideramos primordial observar que si como padres estamos pensando que la adquisición o en general la llegada de una mascota a casa supone por defecto el alivio de la soledad que en ocasiones nuestros hijos sufren, cometemos un gran error pues las mascotas y en general los vínculos significativos que les podemos ofrecer a nuestros hijos en nuestra ausencia deberían ser complementarios a lo que únicamente nosotros podemos ofrecerles, es decir la experiencia de “ser hijo de”, de sentir el amor, el afecto, y el cuidado y la consideración de un otro que nos dio la vida. Eso por definición no lo puede dar una mascota aun cuando si puede complementar el rol de los padres brindando a los niños y niñas muchas otras experiencias valiosas, por ello creemos que como padres hacemos bien en promover y/o darle una mascota a nuestros hijos, siempre y cuando también le demos a nuestros hijos e hijas un padre y una madre.
Mg. Juan Carlos Taxa Marcos C. Ps. P: 23058
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