¿Quién en algún momento de su vida no ha mentido? ¿Has
mentido alguna vez?
Si tuviésemos que contestar esta pregunta, seguramente,
aparecerían muchos recuerdos implicados, como: ¿por qué lo hicimos?, ¿a quién
le mentimos?, ¿cuántos años teníamos?, ¿qué sentimos al hacerlo?, ¿tuvo alguna
consecuencia el no decir la verdad?
Empiezo con estas preguntas para que nos ayude a reflexionar
en conjunto sobre el rol de los padres y la comprensión del proceso de
crecimiento de sus hijos y sus necesidades.
Para abordar este tema es importante contextualizarlo dentro
del proceso evolutivo, pues como tal, implica que la noción de mentira y
verdad, se va desarrollando en el transcurso del crecimiento. En ese sentido,
el mentir es parte del desarrollo mental de los niños y requiere del
entendimiento, sostenimiento y claridad de los padres.
Si pensamos en un niño menor de cinco años, probablemente
recordaremos ocurrencias y también frases o situaciones contadas por ellos, que
no son ciertas “le gané a un dinosaurio muy grande que vino a mi cuarto o he
visto un monstruo debajo de mi cama”.
Tal vez, si lo vemos desde los ojos de adulto, ese relato
puede ser percibido como “mentira” y puede incluso, generar frases como el “no
seas mentiroso”, ”ya di la verdad”, “¿por qué mientes?”; sin embargo, cuando se
es pequeño, la fantasía se convierte en un elemento importante para el juego,
para el intercambio con los demás, para construir su propio ser interno, para
volcar sus propios cuestionamientos sobre su realidad y para ir comprendiendo
lo que lo rodea.
Por ello, debemos recordar que cuando un pequeño nos cuenta
sus historias, en realidad, nos está invitando a ingresar a su mundo, a jugar y
a participar de su propio crecimiento y comprensión de su realidad.
Es esa comprensión y acompañamiento que permitirá que el niño
pueda ir siendo más consciente de la realidad que es común a todos.
Al pasar esa etapa, de manera paulatina, el niño tiene una
mayor comprensión y distinción de la fantasía y de la realidad, de lo que es
verdad y lo que es mentira; así como también va adquiriendo mayor consciencia
que distorsionando u ocultando parte de la realidad, puede servirle para evitar
o conseguir algo.
Quizás teniendo una mirada en retrospectiva encontraremos respuestas
similares que nos lleven a entender el por qué se miente. Usualmente, un niño
miente cuando tiene miedo a las consecuencias que pueden tener sus actos,
cuando busca hacerse notar y ser admirado o cuando imita lo que visualiza en
las figuras más significativas: sus papás y/o cuidadores.
En los tres casos, el sostenimiento y el deseo de entender de
los padres son fundamentales, pues son sus respuestas las que contribuirán en
la mirada y la actitud particular que cada niño tenga ante una realidad, en cómo
se sienta con ella y cómo la enfrente.
Por ello es importante recordar que:
El que uno como padre o como madre, sea capaz de aceptar una
realidad, asuma las secuelas de la misma, y pida disculpas cuando sea
necesario, ayudará a que el niño aprenda que el decir la verdad puede
convertirse en una posibilidad de reparación y de aprendizaje de la
experiencia.
Además de ello, el darle el espacio de diálogo, de escucha y
de la posibilidad de entendimiento y reflexión -que no significa justificación-
contribuirá a que pueda fortalecerse el vínculo y así se sienta en la capacidad
de confiar y sentirse acompañado en el proceso de aprender a valorar la verdad
y a decirla.
Si bien, para los padres puede resultar difícil y generar
cólera el descubrir una mentira en sus hijos, lo importante es detenerse a
escuchar los motivos y a intentar entender qué puede estar ocurriendo.
Es importante no ridiculizar o desenmascarar a sus hijos
frente a los demás porque no sólo se trastoca la mirada que el niño tiene de sí
mismo sino también se acentúa el temor a decir la verdad.
Si en caso, el ocultar la verdad o mentira, se convierte en
una constante del discurso del niño, es importante recurrir a un profesional
que pueda ayudar a comprender los motivos de las recurrencias y así pueda
brindar el abordaje y la orientación necesaria tanto al niño (a) como a la
familia.
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