“Me da una pena verlo llorar cuando me estoy yendo a trabajar…a
escondidas me voy y me siento mal”.
“Adoro cuando me abrazan, me
besan…lo disfruto mucho!”
“A veces me desespera y pierdo
la paciencia y después me da pena haberlo hecho…pero es que me saca de mis
casillas”
“Estoy agotada por el trabajo y
de verdad que llegar a seguir atendiendo…me cansa…no tengo tiempo para mí…”
“Qué emoción que esté aprendiendo tanto”
“A veces me provoca comprarme
algo y cuando me doy cuenta, termino comprándole a mi hija…”
“Me siento entrampada, quiero estudiar pero me siento culpable de
ausentarme más horas”
“A veces tengo ganas de salir y otras de huir…me agobio”
“A veces me pregunto, qué será
de grande”
…Alegría, tristeza, preocupación, culpa, ilusión,
angustia, frustración, miedo, cólera…
…¿Estará bien sentir cólera, frustración, culpa,
miedo en el proceso de criar? ¿Estará bien aceptar que no se saber qué hacer?
¿No se es tan buena mamá por querer salir, por querer estudiar, por querer
trabajar, por querer tener espacios sin los hijos? ¿Qué está bien sentir?...
Cuántas preguntas, cuántas dudas, cuántos
sentimientos intensos rondan cuando se es madre.
Cuántos de ellos, a veces, pueden ser
incomprendidos por ellas mismas y por los demás, por una sociedad en la que,
aún la maternidad es idealizada y no vista también desde su otro lado, más
real, en el que ambos coexisten.
El cuidar, el atender, el pensar, el amar, el
sostener, el escuchar, el querer, el mirar, el criar a un hijo son un disfrute,
pero también a su vez, la experiencia misma de ser madre resulta un proceso
agotador, confuso y demandante, que implica postergación, renuncias, cambios y
duelos, a los que las mujeres se confrontan cotidianamente.
Por lo que, resulta siendo todo un reto sostenerse
para sostener a quien depende de ella, su hijo/a.
La experiencia de haber sido hija, el modelo de
madre tenido, lo incorporado de esa experiencia de modo consciente e
inconsciente, crean también una atmósfera particular y surgen nuevamente,
cuestionamientos o afirmaciones: “…eso de mi mamá me gustó pero también otras
cosas no…” “…no quiero ser con mi hijo como mi mamá lo fue conmigo…”.
Esa búsqueda de identidad propia como madre resulta
una constante. Pero a eso se suma, los diferentes roles en los que se desempeña
como mujer (profesional, académico, vida personal) en una sociedad donde el
nivel de competitividad puede exigirle mayores horas fuera del hogar, mayores
horas de comunicación a través de la tecnología y donde terceros cumplen un rol
de acompañamiento en tanto la madre no está.
Tras conversar con muchas mamás -amigas, vecinas,
mamás de pacientes, pacientes, familiares, etc- evidencio que emerge angustia,
preocupación y culpa de no saber aún cómo lidiar con los sentimientos
ambivalentes que surgen: del querer estar y no querer estar, del querer atender
y del querer descansar, del qué priorizar, del cómo administrar los tiempos,
del tener que multiplicarse y el temor de no saber si lo que se hace, se hace
bien.
La publicidad que idealiza, la sociedad que puede a
veces ser muy crítica e incisiva respecto a lo que espera del rol materno desde
tiempo atrás, aunado a una propia historia, a la raíz de la que se parte, a la
percepción y existencia de un presente que se vive (con pareja, sin pareja, con
apoyo, con trabajo, etc) crean una atmósfera de afectos, expectativas, deseos
que a veces pueden no conciliar, no sintonizar.
Me pregunto ¿esas ambivalencias son permitidas de
sentir?
Cuán válido son los sentimientos y deseos que
emergen y cuán importante es la presencia de un entorno que acompañe, que
escuche, que entienda que no resulta sencillo, sentir, hacer y postergar lo que
también se desea.
Mientras seamos cada vez más conscientes y
aceptemos la coexistencia de sentimientos contradictorios, podremos tener una
mirada no sólo más real e integradora del ser mamás sino que además nos
permitirá disfrutar más de la experiencia misma.
lerner y Gagliuffi
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