lunes, 8 de junio de 2015

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La vida del niño en la actualidad Joaquín, el niño que trabaja doce horas al día

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Joaquín vive en la “ciudad gris”, en Lima, y acaba de cumplir 11 años. Su vida transcurre como un día laborable cualquiera, siendo que se levanta a las 6 de la mañana, pero no de forma voluntaria ni con un despertador, es necesario que la madre lo despierte e incluso llegue a gritarle para lograrlo, sale medio dormido de la cama y se cambia como puede, luego, toma un desayuno muy ligero y, minutos antes de las 7 de la mañana, con su pesada mochila cargada de textos, baja a la puerta, a la espera de la movilidad.

Su jornada, entre las clases escolares y talleres extra-curriculares, le ocupa largas y pesadas horas. Los días lunes y miércoles, a las 3 de la tarde en punto, sale muy rápido del colegio, para trasladarse a otro distrito, lo cual le toma unos 50 minutos de trayecto, donde a las 4 asiste a clases de violín, los días los martes y jueves practica básquet, los viernes lleva reforzamiento de inglés y matemáticas en casa y los sábados por las mañanas asiste a clases de Karate. Los días de semana (de lunes a jueves) Joaquín llega a casa cerca a las 7:30 de la noche, come algo rápido y se entrega a sus deberes, por lo cual, puede quedarse hasta muy tarde efectuándolos, aunque en numerosas ocasiones, se ha quedado dormido sobre su escritorio, lo que ha provocado molestia en sus progenitores. Joaquín se dedica a sus deberes escolares, entre 1 hora y media y 2 horas, tiempo que discurre entre el cansancio y la ansiedad de acabar con todas las tareas, interrumpidas en ocasiones por algunos cuestionamientos de sus padres, que no siempre desea o sabe cómo contestar. A veces recibe la llamada de su primo contemporáneo Bastian, quien le dice que vaya a su casa para jugar, pero lamentablemente la agenda de Joaquín está demasiado llena, y, casi nunca está disponible para jugar. Entonces, tendrá que esperar con suerte el fin de semana, si es que no tiene tareas más complejas que hacer, o algún partido de Adecore por el básquet, o esperar a las vacaciones de medio año, o las de verano, o quizás cuando sea más grande, cuando sea mayor, esto es lo que pasa por la cabeza de Joaquín.

A veces sucede que se mete en problemas con sus padres durante la noche, generándose conflictos en casa porque desea ver la televisión, pero su forma de pedir ver una de sus series favoritas es un tanto hostil, por ello, sus progenitores creen que es un niño “malcriado, irrespetuoso y malagradecido”. Pero a veces, también sucede que deja de pedir, y simplemente al terminar sus tareas llega abatido a su cama, rendido por tanto que debe hacer. Los fines de semana, este niño trata de dormir unas horas más, pero no siempre logra ese cometido, debido a que algunos domingos debe madrugar para irse de excursión con el grupo de Scouts, al cual se inscribió este año, porque así lo han hecho también sus mejores amigos.

Es así que, la vida de Joaquín, la que tal vez denote un toque de exageración, viene a ser, pues, altamente agitada y agotadora, como la de muchos otros niños de clase media acomodada. Los chicos de los estratos socioeconómicos de menos recursos tienen, generalmente, menos oportunidades de deleitarse de las actividades extraescolares. Sobre el ritmo de vida del pequeño Joaquín, podremos tener diferentes tipos de comentarios y opiniones, pero lo más importante es, que puedan suscitarse algunas reflexiones a considerar en relación a la vida actual de nuestros niños en un mundo altamente competitivo, que exige cada día más y más de ellos. ¿Por qué los niños de ahora, que se encuentran en una etapa de desarrollo y crecimiento, deben laborar tanto como los adultos? ¿Por qué efectúan diversas actividades fuera del colegio que, básicamente, tendrían que incluirse en los planes estudiantiles? ¿Acaso el cansancio de los escolares, que se hace manifiesto a través de la falta de atención y concentración, no viene a ser un factor que de alguna manera entorpece el desarrollo emocional, afectivo e intelectual del niño? ¿Por qué esta obsesión, por parte de los adultos, en pensar que los pequeños han de aprender de forma tan precoz de hacerse de una “hoja de vida” y entrar en competencia en el para ello, lejano y futuro mercado laboral?

Si se supone que uno de los objetivos principales de la formación sería el desarrollo del pensamiento y la autonomía del niño, ¿no se le estaría creando una tara, cuando no se le da la oportunidad de organizar su tiempo libre y se le brinda todo ya estructurado y listo para que simplemente lo actúe, a veces de forma robotizada? ¿Cuál es el lugar que queda para que los niños sostengan espacios para estimular la imaginación a través de actividades lúdicas espontáneas, lo que viene a ser uno de los recursos formativos más poderosos para su crecimiento personal?

Son preguntas que nos invitan a pensar, sobre todo a darnos cuenta si lo que hacemos con nuestros niños tiene un interés únicamente anclado en la competitividad, con la consecuente angustia de necesitar, que sea alguien destacado e importante a nivel profesional, lo cual, no es necesariamente condenable pero, finalmente, se debe tomar a consideración, cual es el sacrificio que hacen los niños al ingresar a este circuito de exigencias y de tiempos ocupados, sin lugar a la libertad de jugar, de ser espontáneos, y de aprender a efectuar sus propias elecciones para encontrar su propio camino hacia el bienestar y la felicidad.


Por Lic. Úrsula Moreno


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